¿Cuánto habrá de humano en ese animal que parece disfrutar de la agonía ajena? ¿Instinto? Parece que cazar es parte de un juego además de la supervivencia. Pienso si hago bien en dejarla matar la mosca. Cada vez que entra una mosca en mi casa procuro cerrar las ventanas para que Pixie pueda gozar de su performance que la hace gata. ¿Haré bien? Pienso en que la mosca tiene el mismo derecho a la vida que el gato. Pero pienso en algún pretexto de la naturaleza del animal, que de por sí vive encerrada. Pienso en la “Gatitud” del animal al cual siento un afecto fraternal y eso lo justifica. Después de todo es lo que hace un gato, matar animales o insectos para comerlos. ¿Pero jugar mientras mata está bien? Bueno, no hay bien y mal en los animales, así que supongo que ni una cosa ni la otra. Pero, ¿por qué existe el bien y el mal entre las personas? ¿Hago bien o mal en encerrar a la mosca para que mi gato no haga ni bien ni mal en comérsela? Entonces me cuestiono hasta dónde llega la naturaleza del hombre a la hora de matar.
Unos meses atrás estuve en la ciudad de Sibiu en Rumania. Vi caminando por la calle a un gato que estaba intentando cazar una paloma. Éste se abalanzó encima de la paloma y pudo dar con ella clavándole los dientes. Inmediatamente una mujer que pasaba a su lado salió en defensa de la paloma dándole bofetadas al gato que huyó asustado. Esta escena me indignó de sobremanera. Pensé en el pobre gato que no tenía la culpa de tener que terminar viviendo en una ciudad que no fue diseñada para él al cual llegó vaya uno a saber cómo, sin desearlo, sin saberlo. Allí abandonado en el frío cemento, viviendo sin más. Y encima también tener que soportar la concepción irracional del derecho a la vida de una señora contaminada de civilismo la cual no repara en ningún momento en concebir una posibilidad diferente a la de una constitución urbana donde la “Gatitud” pueda encajar. Lo poco que quedaba palpable en aquel gato que lo constituía como tal, el hecho de cazar, de sobrevivir, fue cohibido por la civilización que dicta el común vivir ciudadano… o animal.
Lo que ocurrió a continuación no fue fruto de mi imaginación. El gato apareció aplastado por un auto media hora más tarde. Pude ver la continuidad de toda la escena ya que estaba en aquella plaza tomando una copa en una terraza de un bar. No pude evitar pensar en eso que llaman destino, como si el castigo para el gato por no poder ser un ser civilizado terminara por matarlo. También pensaba que bueno sería refregarle en la cara a esta mujer su culpabilidad por no dejarle ser gato, que terminó matándolo indirectamente. Pero no creo en el destino, aunque lo hubiera usado en su contra.
Derecho a la vida, un invento civilizador del hombre pensante. Derecho que se pierde justificadamente en el momento en que se necesita quitársela a uno para conservarse a sí mismo. Se supone que la idea de civilización es aquella que permite el “no quitar”, el que todos tengamos por igual o al menos eso es lo que creo cuando hablamos de civilización. Porque hay países mal llamados civilizados que poseen un ideal de derechos y libertades que no son más que el fruto de largos siglos de explotación y expropiación a países más débiles. Europa tiene muchos ejemplos de esto y no hace falta investigar mucho para saberlo. Eso mismos países “civilizados” son los mismos que llaman expropiadores a gobiernos de izquierda que quitan concesiones a empresas privadas que no han actuado bajo el mandato del servicio a la sociedad, cuando ellos mismos cargan su historia las expropiaciones más atroces de países enteros. Cuando se violan los derechos y libertades de un país es grave, pero cuando esto ocurre en un país aislado, lejano, se la llama “lucha por la libertad en el mundo” o cosas parecidas. El juego de las palabras y la comunicación falaz.
Creímos que las civilizaciones eran una forma de organizarnos para tratar de conseguir una armonía en el vivir de una población que comparten un territorio y que por ende una forma de vida que se compensa entre todos los componentes humanos. Civilizado es el ser que deja al otro, ser.
Somos seres con la voluntad de devastar, y el esfuerzo consiste en desarticular esa voluntad. Creo que es ese instinto animal desinteresado por el prójimo mientras sea él mismo que se beneficia o simplemente, se hace a sí mismo en el descrédito del otro. Encontrar el enemigo de nuestro bienestar. Buscar las mosca, crear la mosca. Jugar con ella en su agonía. No sentir remordimiento. Las moscas no son nosotros.
Nos solidarizamos bajo la pobreza de la empatía. Claro que tampoco lloro por lo que veo en las noticias y sin embargo podría desgarrarme de un dolor propio por el solo hecho de pensar que un ser cercano a mi ámbito vivencial pudiera sufrir alguno de las atrocidades que en el mundo ocurren. Pero si le pasa al otro me indigno, opino, saco conclusiones, y listo, Cést la vie… O cómo dijo el bigotudo de acero un muerto es una tragedia, un millón de muertos es una estadística…
Pareciera que la empatía está ligada a la cercanía tanto física como territorial y/o cultural, o ideológica. Esa empatía que se parece algo así como a un nacionalismo ya sea patrióticamente hablando como socio-culturalmente. Estamos nosotros y luego están ellos. Pero remarcar esto como una injusticia pareciera justificar que hay los que sufren más y los que sufren menos. Todo parece formar parte de un escalafón de “miserabilidad”, donde se compite por tratar de ver quién es mejor merecedor de la muerte y la injusticia.
Gente que nace mala, suicida, ególatra, criminal. Inmolados e inmoladores. Militares y civiles. La patria y el enemigo. La fe y la racionalidad. Encontrar el enemigo es el objeto de la subsistencia. Es lo que da poder, y el poder es lo que persigue el hombre, no el civilismo. Civilismo dentro de fronteras bien demarcadas por las bombas. Mientras estas exploten fuera de esas fronteras, la barbarie no se notará.
¿A quién carajos le importa la guerra? Lo cierto es que una muerte más inmediata y no planificada por quien la recibe, como en los casos europeos de terrorismo, parece ser un golpe más seco e inmediato que denota el horror de matarse los unos a los otros. Es como una buen marketing de la muerte. Como si quisiéramos vender muerte rápida y a bajo costo, convencer a la gente para que compre ese producto llamado muerte. Vende bien el atentado. La guerra parece más bien una política de estado que un producto a bajo costo, y sobre todo, no ocurre aquí. Para explicarlo mejor, la guerra sería como un plan de viviendas sociales y un atentado terrorista sería Marlboro.
Muerte al fin, y liviandad para hablar de ella y sentirse más víctimas que los que sufren del otro lado de esa frontera llamada conocimiento. Cuando termine ese patriotismo que nos solidariza sólo con el vecindario quizás podemos empezar a obrar mejor. Pero sólo conocemos al vecino que se encuentra cruzando la calle, por eso es que nos solidarizamos con él, nos empatizamos. Él es patria. Él es el bueno. Suficiente. Nada más allá del vecino tiene importancia.
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