Escuché el otro día a Alejandro
Dolina opinar sobre Messi y la diferencia con Maradona. Para empezar, creo que
deberíamos especificar la diferencia tiempo-espacio que a ambos los separa,
pero como es algo muy complejo y requiere de un pensamiento dificultoso e irresoluble,
es más fácil decir quién o cuál es mejor o peor. Pero Dolina no es tan tonto como
para hacerlo. Resolvió el dilema diciendo que ambos son extraordinarios, pero
que Diego era más bello en su juego. A Diego se lo podía intuir como el mejor en una jugada
y a Messi en cambio en la estadística de todas sus participaciones. Me parece
algo demasiado lateralizado para ser una conclusión. Con lo que podría estar de
acuerdo es con la idea de que Messi resuelve las jugadas más fácilmente, sin
tanto malabarismo o quiebres imposibles de cinturas cual bailarín. "Directo al grano". Me parecía
ver esto en primera instancia cuando empezó a jugar junto al maravilloso
Ronaldinho. Pensaba: ¿cómo puede ser tan bueno un jugador que no hace ni la
mitad de las cosas que puede hacer Ronaldinho? Es cuando introduje el concepto
de “efectividad”. Hasta el mismo Ronaldinho dijo una vez que al verlo entrenar por
primera vez pensó “este es mejor que yo”, cosa que cuesta asimilar como tal, al
menos a lo que a mí respecta. Aquí mismo podríamos acercarnos a la idea de
Dolina. Messi es efectividad estadística y Maradona resolutiva, por no decir
estética. Pero la belleza en el fútbol no es mérito propio del triunfo. No se
ganan partidos con belleza, sino con goles. Imaginémonos los líos que se
armarían si en un partido de fútbol definitorio de un torneo que haya terminado
tres a tres se tuviera que decidir al ganador por la belleza de sus goles o de
su juego. Todos juntados en una gran mesa dispuesta en medio de la cancha,
luego de que los jugadores hayan terminado de ducharse, para debatir en
asamblea general, técnicos, árbitros, delegados del público concurrente y
delegados telemáticos representando al público televisivo, filósofos,
deportistas de élite. Todos reunidos para poder decidir al verdadero ganador,
al merecido ganador. Y claro, aquí introducimos la polémica idea de la verasidad,de qué se aceca más a la verdadera de belleza. Pues
bien, esto no sólo no es así sino que no tiene nada que ver con la idea competitiva
del fútbol, donde lo que suma es la efectividad y no la puesta en escena como
en otras disciplinas, por ejemplo la gimnasia artística. Aquí gana el que más
la mete y al que menos se la meten. Cuando explicamos
en fútbol algo por su belleza, es en realidad porque se acaban los adjetivos
calificativos de la intencionalidad del deporte y nos entregamos al goce de la
contemplación o el divertimento, cosa que es más que digna dentro del deporte.
Para eso lo consumimos, o por eso es que lo consumimos, porque posee una
estética que nos hace posible su percepción. Yo, practicante de Judo, entiendo
este punto perfectamente, ya que aun sabiendo yo cómo son las reglas de este
deporte, no siempre me resulta divertido ver Judo, ni hablemos de alguien que no
sabe nada de Judo, un aburrimiento absoluto. En cambio el fútbol divierte
incluso al que entiendo poco y nada. Esa búsqueda estética es lo que aproxima
al deporte con la idea de función artística.
Hay cierta intención mundana de relacionar
al fútbol con el arte, con la belleza, para explicar, entre otras cosas, por
qué es tan popular en el mundo entero. “El deporte más bello del mundo”. Habría
que ver realmente qué es lo que lo hace bello, si su puesta en escena o su
práctica. Volviendo al judo, para mí hay una enorme diferencia entre
practicarlo y verlo, casi que no hay similitud. En el fútbol seguro pasa lo
mismo. Pero habría que poder practicar medianamente cada deporte existente
sobre la tierra para sacar una estadística sobre cuál deporte es más
interesante que cuál y desde qué punto de vista, si el de practicante o el de espectador.
En cuanto a Messi y Maradona,
para empezar habría que analizar qué cree Dolina que es bello y qué cree
Fulanito al decir que Messi juega más bello. Pero si hablamos de la belleza
en una actividad del hombre estamos hablando de arte, dejando de lado un poco el deporte. Ya no estamos
hablando de puntos, goles, asistencias, trofeos, sino de otra cosa. Entonces
tendríamos que ver qué buscamos cuando vemos fútbol. Y si buscamos belleza, pues
quizás sería bueno empezar a generar torneos que los que no se juegue por nada,
sino por amor al fútbol, donde los arcos no tengan red y en caso de que la
pelota atravesara el arco como en un gol, se pudiera ir por detrás de la línea
de meta a buscarla sin que se detenga el juego y seguir con el espectáculo. O
que directamente no haya arcos. Partidos sin objetivo, sino el de la
demostración futbolera, y que los jueces de la estética futbolera decidan con
puntaje. O mejor aún, donde nadie decida nada por nadie, sin perdedores ni
ganadores.
Hace rato que no miro otro fútbol
que el europeo. El fútbol argentino ha quedado tan lejos de mí que no tengo
idea de nada. Busco justamente eso que busca la gente en general, la belleza, y
lo encuentro más en Europa que en otro lado. Miro fútbol estéticamente, sin
importarme los resultados. Eso se lo dejo a los apasionados, a los fanáticos.
Porque sólo siendo fanático se puede concebir la idea de querer conseguir
objetivos. Aquí nos encontramos con la paradoja de la belleza inmaterial y el
objeto triunfo. Consumimos fútbol por su belleza, y a su vez queremos que
nuestro equipo del que somos simpatizantes gane como sea. Eso es lo que pasa,
a mí me parece, en el fútbol argentino. Da todo más o menos lo mismo, mientras
mi equipo gane. La pasión lo enceguece todo y termina siendo más importante el
circo que se arma por fuera, la ficción que nada tiene que ver con el juego y
la habilidad. Al fútbol le entramos por lo bello y terminamos siguiéndolo por el
resultado, o por lo que es más inentendible para mí, por una especie de pasión
que da lo mismo si tu equipo es un asco absoluto jugando, te gusta igual. Un “porque
sí”.
Ahora bien, ¿dónde está la
belleza entonces? Porque digo, jactándome de mi seguridad, que busco belleza en un partido y no
un resultado. ¿Cuál es mi belleza? ¿Cuál es la belleza en el fútbol? ¿Maradona
porque danza en sus fintas o Messi porque no las necesita? ¿La estadística o la
efectividad? Es una decisión difícil e incluso injusta, porque si analizamos
más a fondo al fútbol, encontraremos que es uno de los deportes más injustos
que existen. Entonces, si el fútbol es injusto, inesperado, incierto, donde a
veces el peor le gana al mejor, o el club con más poder es el que mejores
jugadores tiene y tendrá, donde los árbitros cometen errores todo el tiempo,
¿dónde está la belleza en todo esto? Quizás sea bello porque el fútbol es
lo más parecido a la vida misma, donde hay reglas pero en realidad no hay
reglas, donde todo sigue un reglamento que se puede ir al carajo en cualquier
momento. Creo que sí, es eso, el fútbol es tan bello como la imperfección. En
la imperfección de las cosas se encuentra la belleza. Porque allí es donde
reina el matiz.
Vaya lío en que nos metimos,
ahora se metió la señora “Justicia” en todo esto. Porque si el objetivo es
ganar partidos para ganar torneos, y así, ser el mejor y no el más bello,
entonces tenemos que hablar de lo justo. Y entonces me pregunto qué hay de
justo en los torneos cuando por empezar ningún torneo es igual al otro. Lo
torneos de liga premian la continuidad y la acumulación de puntos, y es lo más
parecido a la justicia (tranquilos, sólo dije “parecido”) porque da el tiempo
suficiente y los partidos necesarios para ver realmente en qué nivel está el
quipo, permitiendo poder equivocarse en el camino sin ser necesariamente un
factor decisivo para definir el destino del equipo. En cambio, si nos remitimos
a un mundial de fútbol, o a la liga de campeones, ya la cagamos, porque no se
parece en nada más que en que son 11 contra 11 y el partido dura 90 minutos. Ya
empezamos a hablar de estados de ánimos en el momento decisivo: no hay vuelta
atrás en un partido se gane o se pierda. Que la preparación, que el tiempo que
tuvieron los jugadores para juntarse a entrenar en el caso del mundial (nada de
continuidad ni mierdas), qué la mala decisión en el último momento del árbitro
que no se puede remediar de ninguna manera ya que no habrá más partidos “subsanadores”.
Y encima de todo, a veces, simplemente, sin razón, gana el peor de casualidad.
¿Entonces de qué justicia estamos hablando? En un torneo se premia la
continuidad y en otro el oportunismo. A veces coincide que el mejor es el que
gana.
Volviendo al torneo de liga,
tenemos otro problema: que la continuidad, que parece la opción más justa, se
vuelve injusta en el momento que el club más poderoso posee el acceso a los mejores
jugadores, y por ende, a los mejores premios. Acá ya es donde todo se desvirtúa
e importa una mierda de qué equipo eres hincha, porque en verdad no eres de
ningún equipo, porque no existe tan concepto. El equipo de fútbol es una
construcción abstracta de poderes, oportunismo, negocios, y al final del camino, algo de fútbol y táctica. Pero sí en más digno ser
hincha de los jugadores, como los maradonianos o los messiánicos. Allí es donde
rige el criterio individual por sobre lo general o colectivo, que sería
representado por la totalidad “Fútbol”. Volvemos a cerrar el bucle para volver
a empezar: ¿Maradona o Messi? ¿Deporte o espectáculo?
En el Judo la versatilidad de la
técnica puede ser el objetivo más claro de la actividad: es lo que te lleva a
la sabiduría y a la obtención de graduación (color de cinturones). Pero todo
esto se puede anular automáticamente cuando el judoca posee una única técnica
poderosa e imbatible con las que gana cada una de las luchas. Se puede dar este
caso, dónde nada importa lo variable de la técnica contra una única técnica
superior al resto. ¿Es injusto esto cuando un judoca se ha volcado a aprender
todas las técnicas posibles mientras el otro sólo se dedica a perfeccionar una
única técnica para poder ser imbatible? ¿Qué es lo justo, ganar o saber? Imaginemos
que Messi no solo ya es un rey de la estadística, sino que tiene el don de
pegarle desde cualquier lugar de la cancha y hacer que la pelota se dirija al
preciso y más lejano sector del arco donde el arquero no puede llegar nunca. “Piernas
de misil teledirigido” dirían las portadas de los diarios. Sería sencillamente
infalible. “Pero Maradona jugaba más bonito” seguiría diciendo Dolina
seguramente. Si se busca belleza no se puede buscar competencia. Aún así, ambas cosas pueden convivir, claro está.Pero son cosas diferentes.
Se comparan muchas otras cosas,
como el liderazgo en un equipo, quién es quién, con quienes juegan, cómo y cuándo,
circunstancias, etc. Si de comparaciones se trata, ya estamos
hablando de dos paradigmas diferentes, donde casi todo era diferente, desde el
peso de la pelota hasta las circunstancias cotidianas que hacen al jugador. Son
demasiados factores a analizar, tantos que nadie los analiza, sino costaría
ponerse de un lado o del otro, y vivimos en un mundo competitivo donde la premisa es, lamentablemente, ponerse en un lugar. Las circunstancias definen a los jugadores, por
lo que los jugadores, como las circunstancias, nunca son las mismas.