sábado, 24 de noviembre de 2007

Atravesado


Por miles de insignificantes sentidos. Ideas, construcciones, dolores. Me fundo en los caracteres de esas hojas llenas de moho. para poder ser capaz de discernir este conglomerado de vidas que me aplastan. La vista me rodea. Me veo sorprendido, y me parto.

domingo, 7 de octubre de 2007

Dos lugares


El can ladra desaforado testigo de los hechos. El parque es silenciado por lo motores que pasan por la avenida. Todos parecen estar contentos. La vieja corre atrás del niño, lo idolatra con su sonrisa llena de él. La pelota con la que juega gira acompañada por el tiempo y el sonido de los pájaros que relatan la pintoresca imagen renacentista. El pincel persigue el brillo de los bronceados cuerpos. Los colores empapan la acción, satura y perece el claroscuro. El metal gira insertándose en su cabecita, taladrándola. El ruido de las balas detiene el tiempo. La corrida de la madre se hace interminable. Finalmente lo alcanza, recoge el cuerpo desvanecido y sus restos encefálicos. La mujer lo abraza fuertemente intentando reconstruirlo, de pagar los pedazos. La tela es raspada de rojizos pincelazos, acaramelados colores pestilentes. Corre desesperado tras el carrito del señor, gritándole a su abuela que le compre. Finalmente su rostro termina pegoteado en nubes de azúcar. Julieta lo mira sonriente mientras enciende un cigarrillo con Marcos. Se miran a los ojos, los cuatro ojos se miran unos a otros y sus reflejos en ellos miran también. Se miran los labios y vuelven los ojos. Los labios callan, las miradas dialogan. Los labios de Julieta saborean la última pitada. Con aroma a tabaco, se acerca a la comisura de Marcos y con un suave lamido quita el resto del helado de frambuesa mientras la pelota de goma les roza sus cabellos luego de que Juancito metiera el penal en el imaginario ángulo superior derecho del arquero, quién se había tirado al árbol izquierdo. Pasó el misil por encima de su cabeza como pidiéndole permiso y destruyó media manzana a sólo cien metros de ella. Pero igual ya no le importaba. Había perdido todo. Sólo le quedaba el recuerdo de sus hijos impregnados en su vestido. Lo único que justificaba su vida era el no dejarla en manos de la tiranía. Corría contra los zumbidos del aire mientras besaba entre sollozos la carne. En la entrada a la ciudad el soldado lamía la cara de la joven atada mientras otro le apoyaba en su bajo vientre la ametralladora con tanta fuerza que no podía atinar a moverse. Ya no quedaba buen destino para ella. Pensaba cómo hacer para tratar de no darse cuenta de lo que le ocurriría. Nada más. Y apretó fuerte la sortija para que no se escapara, y la calabaza quedó zigzagueando solitaria. Reían los niños, reían todos alrededor. Corría la madre en círculo llevando el cochecito de su hermano. El caballo subía y bajaba esperando la segunda vuelta ganada. Porque era tan feliz brillaba el sol y los colores, y sus dientes en los de todos allí. Arrancaban una y otra vez convertidos en coches, mariposas, aviones. Testimonio materno testigo de la dicha giratoria. Y giraba su cabeza y no paraba, y vomitaba con sudor y polvo. Se arrastraban dejando huella, cavando sus propias fosas comunes. Polvo, arena y gritos. Horrores causados por simples descendientes del poder que arremete sobre todo lo que entorpezca sus movimientos de fichas. Casilleros de la osadía satírica del metal divino.
Dos lugares hay en un mismo mundo, en un mismo lugar. No se a cuál pertenezco. Quizá a un tercero. O al mismo. Qué fácil es ser uno y no otro. Qué fácil nos acostumbramos a todo, a ser distintos siendo los mismos.
Estoy confundido.

Juego de niños



Explicar los colores, los espacios, los sonidos. Descubrir el misticismo de lo que nos rodea. Hacer de las cosas más cosas, y dejarse llevar por la mentirosa verdad. Aquella verdad que nos hace feliz, aquella mentira que nos hace vivir mejor.
Descubro que hay cerros y cielo. Un Dios caprichoso que acaba de pasar su adolescencia deshaciéndose de aquellas pertenencias que lo hicieron niño y que hoy lo conducen a su aburrida adultez. Revoleando por la vía láctea los trozos de plastilina ya disecados con los que jugaba y estampándolos contra la tierra, y de duros que están, quebrándose sobre la misma. De siete y mil colores. Y la cima riéndose y recortando torpemente el cielo, discontinuado y desprolijo.
Complicidad de las alturas. Un juego de escondidas entre nubes, cerros, estrellas. Tímidamente las nubes se abren paso para posar sobre la piedra pidiendo permiso. Las estrellas se suman de a una hasta materializarse en miles de guiños. El cerro escalona el camino y rebota. Se pierde en la lumínica oscuridad. Me encandilo de belleza. El señor caprichoso revoleando inservibles canicas en este gran pozo en el que el vértigo me arroja. Algunas se desparraman en simples lugares, otras caen para ser profanados sus colores por las montañas. Seguir despierto en la noche Tilcarense a sabiendas de que el mundo es un hermoso juego del que me siento protagonista.
A veces creo que este es un universo de ensayo, armado de retazos y elementos desechables para la vida de los dioses. Esa imperfección que hace a la belleza. Esa idea de una idea, la que más nos guste.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Dormir demasiado


Hoy dormí demasiado. Yendo hacia el trabajo, abordo el colectivo 168, acto siguiente, para poder acreditar legitimidad en el espacio vehicular, procedo a depositar el precio de mi ir en la expendedora de boletos. Todos saben cómo funcionan estas máquinas: se depositan por arriba las monedas, por el frente sale automáticamente el boleto, y por debajo cae el vuelto. Pueden variar, pero básicamente son todas así. Tomé asiento en el tercer sillón de la fila derecha y procuré esperar.
En la primer parada del colectivo luego de haber subido, subió un hombre de expresión confusa, un poco ofuscado el don, o bien mal dormido. El hombre depositó las monedas en la expendedora, y cuando se deshizo de la última, el boleto salió escupido con agresividad y con su giro bamboleante se desplazó suavemente por el aire burlándose de todos los pasajeros. Se ve que el cortador de papel de la máquina no andaba bien, o mejor dicho andaba demasiado bien. Se supone que el corte que hace la máquina es tramado para que el pasajero “arranque” suavemente el boleto de la expendedora.
Era muy gracioso ver a la gente haciéndose a la intrépida caza de la huidiza presa levitante. Me hizo recordar a la pluma de Forrest Gump, al comienzo y final del film. A una señora que tenía una mirada desoladora, le fue imposible enfrentar la situación, y luego de un breve momento reflexivo abandonó la tarea dejando en el olvido el único certificado de aquel viaje. Aquellos más ansiosos ni cuenta se daban del desperfecto ya que, como yo, automáticamente ponían la mano en la ranura acorralando al desdichado boleto que pasaba de la oscuridad a la opresión, por culpa de los “hombres veloces”.
Las personalidades de aquellas personas parecían desnudarse ante mis ojos, o por lo menos así lo creía. Los ansiosos, ni cuenta se daban, los distraídos se quejaban de que el boleto no salía, los irritables lo abandonaban, los alegres sonreían, los hombres rudos ensuciaban el aire con sus palabras de desdicha, y así cada pasajero denotaba “vida y obra de un día como cualquiera”.
Tal vez podría ser que la actitud ante aquel acontecimiento solo redimiera a como se habían levantado aquel día o cómo les fue el día anterior, pero no cambiaba el hecho de descubrir sus emociones potenciadas en aquel ordinario acto. Estúpido tal vez, pero profundo. Si uno se fija en cada rincón de la ciudad la encontrará llena de actos ordinarios de los que uno pude usar como registro identificador de personalidades. Puede que sea una locura. Uno puede llegar a conocer a una persona sin conocerla aún. Es cuestión de proponérselo. Pero ojo: a veces te puedes llevar más de una sorpresa.

Aquella experiencia ante mis ojos había sido un tanto narcotizante, graciosamente ridícula, quizá por la hora que era. Pero la ridiculez llegaría a extremos incalculables, cuando una mujer sentada a la izquierda empezó a sentirse con nauseas. Cuando estaba a punto de largar sus “recuerdos de anoche”, hacia el centro del micro y no por la ventanilla como lo haría cualquier persona, una mujer que venía viajando con paraguas, se lanzó hacia la zona del desastre abriendo su paraguas hacia abajo y atrapando el menú. Acto seguido cerró el paraguas, y tras recibir el agradecimiento de la vomitiva víctima todo siguió su curso. A la mujer de la hazaña no se le había caído el boleto. La mujer que no supo vomitar hacia fuera en vez da hacia dentro, fue quien desistió ir en busca del huidizo boleto.
Todo parecía tan normal.
La señora que plegaba su silla de ruedas para poder subir al vehículo y volvía a desplegarla una vez arriba para sentarse y seguir siendo quien es, una incapacitada, no dudó en hacer de cuenta que había obtenido el boleto sin ningún inconveniente mientras desde el suelo procuraba patearlo para que nadie lo viera escapar.
Los hombres veloces éramos los únicos que pasábamos desapercibidos en ese gran foro calamitoso. Parecía que el hecho de no registrar el acontecimiento del pass-fly no perturbaba nuestras vidas. Los que sufrían tal inconveniente venían ya con una carga emocional encima que plasmaba en cada paso que daban.
Un hombre optó por comérselo en venganza a semejante atrevimiento. Otro se tiró a través de una ventanilla que estaba abierta del susto que le provocó. Los hombres veloces iban bajando uno por uno pidiendo la parada al chofer o bien tocando el timbre trasero. El turno me tacaba. Todo pasaba desapercibido en las vidas de estos hombres, o sería que no querían darse cuenta de la realidad. El apuro de vivir los mantenía dormidos en pie. No lo sé. Yo sí me daba cuenta pero era como si no, o bien, ¿qué podría hacer?, nada que me corresponda más que observar. No lo sé. Lo único que se es que siendo el último de los hombres veloces en bajar, observé el bus alejarse con su aura de surtidos elementos de la vida que lo elevaba hacia la inmensidad.

A veces darse cuenta de repente de lo que pasa a nuestro alrededor cuando venimos de un largo sueño nos choca, y así de repentino que resulta nos sorprende, nos es extraño, no comparecemos. Pero qué es mejor entonces, la sorpresa de que nunca nos dimos cuenta de nada o ser uno más del montón. Falso.
El mundo es inmenso y nunca habrá un alma que llegue a superar su capacidad de albergue de conocimientos. ¿Quién sabe más de historia que Los Días?, ¿Quién sabe más de ciencia que la Naturaleza?, ¿Quién sabe más de le ley que Las Casualidades? No hay que mirar para adelante en la vida, sino a 360 grados. Todo siempre es poco, o más bien no existe. Siempre hay algo que hacer, que aprender. El tiempo se agota, pero tómatelo con calma, sino más rápido se agota. Por eso, no duermas demasiado...