jueves, 12 de octubre de 2017

Catalunya un 12 de de octubre cualquiera.



Hoy una alumna de mi clase de arte me ha preguntado: ¿Te gusta la independencia? Yo le he contestado, desconcertado pero no extrañado, una fugaz respuesta que no merecía ningún análisis de subjetividad: “No sé bien qué pensar, tengo dudas. La verdad, me da lo mismo”, un poco perturbado por la imbecilidad de mi respuesta que buscaba sortear una situación que no sabía muy bien cómo manejar. La niña dijo: “claro, a ti te da lo mismo porque no eres de acá. Pero tenemos que ser independientes, porque nos roban, porque pagamos más que el resto… además no han hecho carreteras acá como en otros sitios”. Y se fue. Me quedé atónito, pensando primero en que ya había escuchado eso mismo un sinfín de veces, entre otros cientos de sinfines. Y pensé, una niña de menos de diez años sólo puede haber pensado algo así porque lo ha escuchado, quizás, de un mayor. Una construcción del relato que le ha llegado y construye una forma de percibir la realidad. Después de todo, los niños se construyen por lo que los adultos nos construimos. Pero yo me pregunto, ¿no será que nosotros mismos estamos construidos y que ellos sólo nos imitan?
Días atrás comenzaba el ciclo escolar de ilustración en otra escuela. Era el primer día de clases, cuando esperando en el patio a mis alumnos, salieron de repente corriendo desde los pasillos hacia las puertas externas. Pero algunos corrían entusiasmados para comer la merienda tirados en el piso, otros con sus pelotas ansiosos por mover las piernas después de estar estancadas en sus pupitres durante tantas horas… y otros, en especial unos alumnos que había tenido el año anterior, simplemente caminando, cabizbajos y en silencio. Sus manos sostenían un I phone cada uno. Enseguida me acerqué a saludarlos, y les pregunté si se acostumbra comprar un móvil a los niños al llegar al sexto año de primaria. Me dijeron que no, simplemente se los compraron los padres. En seguida pensé que era una pena que siendo tan niños pudieran quedar atrapados en un mundo virtual y obsoleto en vez de estar charlando y jugando. Será que yo mismo no me acostumbro a esta idea del mundo virtual, o más bien, me da vértigo, a sabiendas de que es un peligro constante y adictivo esperando detrás de la puerta de la inmediatez. ¿Pero acaso los niños no hacen otra cosa que imitar a los mayores? Muchos creen que los niños deben jugar a la pelota, a las muñecas, al médico, a las damas, en vez de estar encerrados en una pantalla. Lo creen mientras se pasan en promedio, según leí en algún estudio, entre dos y tres horas diarias apuntando el ser completo a una pantalla. Me vuelvo a preguntar: ¿no será que el problema es nuestro y ellos sólo nos imitan?
¿No será que aún somos unos niños, que imitamos lo que hacen otros, lo que nos dicen que está bien hacer, lo que nos cuentan? ¿Qué opinión política tendríamos sin medios de comunicación que no nos expliquen lo que pasa, opinen por nosotros? ¿Qué pasaría si por un año cayeran todos estos medios en el olvido? ¿Cómo nos enteraríamos de cómo van las cosas, y en su defecto, emitir una opinión o participación social de tal o cual conflicto? ¿Cómo nos llegaría la información a nuestros oídos y de qué manera la procesaríamos? La historia contemporánea ya viene empaquetada y con moño. Quizás sea momento que empaquetarnos nuestra propia historia. Porque como dijo un historiador: “la historia no se estudia, se hace”. Será momento de construir la historia que nos acontece, apoyados en la historia que nos precede.
Más tarde del mismo día de la niña independentista, volviendo a mi casa en bici, una mujer me paró justo llegando. Tenía un aparatito en la mano. Me preguntó si era de acá. Parecía argentina por su acento. Acostumbrado a la horda turística, pensé enseguida que me preguntaría por una calle, o cómo llegar a la Sagrada Familia. Le contesté que sí. Siguió preguntando si era del barrio. Otra vez, “sí”. Preguntó si vivía hace mucho. Otro “si” de respuesta. Me di cuenta que la pregunta venía para largo, que quería más bien averiguar algo sobre mi persona que pudiera responder a un criterio más generalizado, por supuesto, sobre la situación catalana del momento. Volvió a preguntarme si era de acá. Advertí que mi unívoca respuesta de “si” a todo lo que ella me preguntaba no hacía otra cosa que generarle una confusión que no respondía su verdadera pregunta, la que debía hacerme desde el principio: ¿Eres catalán? O quizás podría ser ¿Eres español? De cualquier modo, me dijo que era una periodista francesa que buscaba a “Alguien de acá”. Entendí lo que eso significaba, para ella yo no era “de acá”. Le contesté que la mitad de la “gente de acá” era extranjera, como yo, y que debería seguir insistiendo. Nos sonreímos y emprendí la salida rápida a mi casa. Me sentí afortunado porque no tenía nada de ganas de tener que detenerme a responder vaya a saber qué preguntas, no me daba la gana. Pero claro, luego en mi casa, tomándome un café y pensando en lo ocurrido, me dieron ganas de retroceder en el tiempo y abordar la pregunta de esta señora con retórica. Pero era tarde, había perdido la oportunidad. Me hubiera gustado decirle que sí era de acá, que me siento de acá, como mucha gente que es de acá, y que me siento capacitado de responder cualquier pregunta que se refiera al problema catalán y que me afecta como ciudadano de Barcelona. Y luego preguntarle, si tan segura estaba, ¿qué es un catalán, o un español? ¿Un extranjero que vivió más años aquí que un nacido en Catalunya en el exilio que vivió menos años, es menos catalán? ¿Cuándo me puedo recibir yo mismo de catalán, de Español? ¿En diez años, en 20? ¿Nunca? ¿Sólo cuando consiga mi DNI? ¿O mi ADN? ¿O simplemente puedo convertirme en catalán por insistencia, pero claro está, de una “segunda categoría”? ¿Alguien me puede responder qué es la identidad y qué tiene que ver eso con el trazado fronterizo? Podría seguir una semana y más preguntándome, y así, alejándome del sentimiento nacionalista al cual no pertenesco por convicción.
No me gusta del nacionalismos es la idea de que lo que define a una sociedad la distancia de otra bajo el concepto de superioridad tanto implícita como explícita. Por lo general creo que la necedad de saberse mejor que el resto es lo que define al sentimiento del arraigo, al amor a la tierra, a sí mismos. Un sentido de superioridad con el que no me siento nada cómodo. Por eso es que no yo mismo puedo sentirme nacional en cuanto a mi propio país, me cuesta mucho. Sé que tengo una raíz, unas costumbres, una forma de ser que me definen y las que no puedo evadir. Sin embargo, creo que intentar ser uno mismo abriéndose a poder ser otro, todo el tiempo, es la forma de crecer como ser humano. Yo soy argentino, en un gran porcentaje, aun así intento todo el tiempo dejarme llevar por otros prototipos de seres, de culturas, absorber lo más que puedo otros “YO” que reconstruyan mi propio yo. Quizás sea demasiado fantasioso y en esta sociedad tenga la obligación de posicionarme como tal o cual, de construirme bajo una base sólida e inamovible que me defina y me concrete. Pues ese no soy yo. Claro, hablo de mí mismo, ya no de una sociedad. Pero una sociedad parte de uno mismo, de definirse a sí mismo para luego poder posesionarse dentro de un actor social.
Me guste o no, hay un nacionalismo, que creo que es una construcción pseudo-ficcional, pero es sólo una opinión. Los que sí quiero decir es que millones de personas se manifiesten en esta dirección da que pensar al menos, y lo más sorprendente de todo es que no se percibe casi ningún atisbo de violencia separatista como lo pintan los medios que no viven el día a día aquí (digo casi porque extremistas hay en todos lados). No creo que España sea Franco y Catalunya la carmelita descalza. Lo que es cierto es que cabe destacar es lo que lleva a que los ciertas ideologías pululen por tales terrenos de forma más cómodas. No es algo que tiene que pasar desapercibido. No puede ser que águilas negras sobrevuelen ciertas manifestaciones y el resto de esa misma mire hacia otro lado. Eso responde muchas preguntas de por qué pasa lo que pasa, pero sólo algunas. Porque las cosas pasan por muchísimos motivos. Recorrerlos todos es la única manera de hacer la historia, entenderla, sin que nadie te la cuente.