sábado, 29 de septiembre de 2007

Dormir demasiado


Hoy dormí demasiado. Yendo hacia el trabajo, abordo el colectivo 168, acto siguiente, para poder acreditar legitimidad en el espacio vehicular, procedo a depositar el precio de mi ir en la expendedora de boletos. Todos saben cómo funcionan estas máquinas: se depositan por arriba las monedas, por el frente sale automáticamente el boleto, y por debajo cae el vuelto. Pueden variar, pero básicamente son todas así. Tomé asiento en el tercer sillón de la fila derecha y procuré esperar.
En la primer parada del colectivo luego de haber subido, subió un hombre de expresión confusa, un poco ofuscado el don, o bien mal dormido. El hombre depositó las monedas en la expendedora, y cuando se deshizo de la última, el boleto salió escupido con agresividad y con su giro bamboleante se desplazó suavemente por el aire burlándose de todos los pasajeros. Se ve que el cortador de papel de la máquina no andaba bien, o mejor dicho andaba demasiado bien. Se supone que el corte que hace la máquina es tramado para que el pasajero “arranque” suavemente el boleto de la expendedora.
Era muy gracioso ver a la gente haciéndose a la intrépida caza de la huidiza presa levitante. Me hizo recordar a la pluma de Forrest Gump, al comienzo y final del film. A una señora que tenía una mirada desoladora, le fue imposible enfrentar la situación, y luego de un breve momento reflexivo abandonó la tarea dejando en el olvido el único certificado de aquel viaje. Aquellos más ansiosos ni cuenta se daban del desperfecto ya que, como yo, automáticamente ponían la mano en la ranura acorralando al desdichado boleto que pasaba de la oscuridad a la opresión, por culpa de los “hombres veloces”.
Las personalidades de aquellas personas parecían desnudarse ante mis ojos, o por lo menos así lo creía. Los ansiosos, ni cuenta se daban, los distraídos se quejaban de que el boleto no salía, los irritables lo abandonaban, los alegres sonreían, los hombres rudos ensuciaban el aire con sus palabras de desdicha, y así cada pasajero denotaba “vida y obra de un día como cualquiera”.
Tal vez podría ser que la actitud ante aquel acontecimiento solo redimiera a como se habían levantado aquel día o cómo les fue el día anterior, pero no cambiaba el hecho de descubrir sus emociones potenciadas en aquel ordinario acto. Estúpido tal vez, pero profundo. Si uno se fija en cada rincón de la ciudad la encontrará llena de actos ordinarios de los que uno pude usar como registro identificador de personalidades. Puede que sea una locura. Uno puede llegar a conocer a una persona sin conocerla aún. Es cuestión de proponérselo. Pero ojo: a veces te puedes llevar más de una sorpresa.

Aquella experiencia ante mis ojos había sido un tanto narcotizante, graciosamente ridícula, quizá por la hora que era. Pero la ridiculez llegaría a extremos incalculables, cuando una mujer sentada a la izquierda empezó a sentirse con nauseas. Cuando estaba a punto de largar sus “recuerdos de anoche”, hacia el centro del micro y no por la ventanilla como lo haría cualquier persona, una mujer que venía viajando con paraguas, se lanzó hacia la zona del desastre abriendo su paraguas hacia abajo y atrapando el menú. Acto seguido cerró el paraguas, y tras recibir el agradecimiento de la vomitiva víctima todo siguió su curso. A la mujer de la hazaña no se le había caído el boleto. La mujer que no supo vomitar hacia fuera en vez da hacia dentro, fue quien desistió ir en busca del huidizo boleto.
Todo parecía tan normal.
La señora que plegaba su silla de ruedas para poder subir al vehículo y volvía a desplegarla una vez arriba para sentarse y seguir siendo quien es, una incapacitada, no dudó en hacer de cuenta que había obtenido el boleto sin ningún inconveniente mientras desde el suelo procuraba patearlo para que nadie lo viera escapar.
Los hombres veloces éramos los únicos que pasábamos desapercibidos en ese gran foro calamitoso. Parecía que el hecho de no registrar el acontecimiento del pass-fly no perturbaba nuestras vidas. Los que sufrían tal inconveniente venían ya con una carga emocional encima que plasmaba en cada paso que daban.
Un hombre optó por comérselo en venganza a semejante atrevimiento. Otro se tiró a través de una ventanilla que estaba abierta del susto que le provocó. Los hombres veloces iban bajando uno por uno pidiendo la parada al chofer o bien tocando el timbre trasero. El turno me tacaba. Todo pasaba desapercibido en las vidas de estos hombres, o sería que no querían darse cuenta de la realidad. El apuro de vivir los mantenía dormidos en pie. No lo sé. Yo sí me daba cuenta pero era como si no, o bien, ¿qué podría hacer?, nada que me corresponda más que observar. No lo sé. Lo único que se es que siendo el último de los hombres veloces en bajar, observé el bus alejarse con su aura de surtidos elementos de la vida que lo elevaba hacia la inmensidad.

A veces darse cuenta de repente de lo que pasa a nuestro alrededor cuando venimos de un largo sueño nos choca, y así de repentino que resulta nos sorprende, nos es extraño, no comparecemos. Pero qué es mejor entonces, la sorpresa de que nunca nos dimos cuenta de nada o ser uno más del montón. Falso.
El mundo es inmenso y nunca habrá un alma que llegue a superar su capacidad de albergue de conocimientos. ¿Quién sabe más de historia que Los Días?, ¿Quién sabe más de ciencia que la Naturaleza?, ¿Quién sabe más de le ley que Las Casualidades? No hay que mirar para adelante en la vida, sino a 360 grados. Todo siempre es poco, o más bien no existe. Siempre hay algo que hacer, que aprender. El tiempo se agota, pero tómatelo con calma, sino más rápido se agota. Por eso, no duermas demasiado...